Si en 1990 representaban el 17% de las parejas del país, en 2015 eran el 32%. En 1967, el promedio de hijos por mujer en Chile era 4,5. Hoy es 1,8.

No importa si están casados o son convivientes: hoy las parejas chilenas no sólo tienen menos hijos, sino que, además, aumentan las que ni siquiera los tienen.

Según un análisis del Instituto Libertad y Desarrollo (LyD) para La Tercera a partir de las encuestas Casen de entre 1990 y 2015, el porcentaje de parejas sin hijos se duplicó, pasando de representar el 17% de total de parejas al 32% en 2015. Es decir, si en 1990 había 447.090 parejas sin hijos, para 2015 aumentaron a 1.103.374 (ver infografía).

Viviana Salinas, académica del Instituto de Sociología de la UC, dice que esto se explica por la teoría de la segunda transición, que propone que en sociedades posmodernas -con desarrollo económico alto y orden político estable- las personas ya no buscan familias extendidas, “sino su autodesarrollo profesional. Prefieren viajar y vivir nuevas experiencias que tener hijos”, dice.

Verónica Cano, investigadora del Instituto de Ciencias de la Familia de la U. de los Andes, explica que hay un cambio de prioridades: si antes la mujer sólo se realizaba en su rol de madre, hoy tiene muchas más alternativas. “El trabajo, los viajes, la búsqueda de la felicidad ayudan a que las personas vean la maternidad o la paternidad como una traba para lograr otras aspiraciones”, señala.

También hay un tema de expectativas respecto del nivel de vida que se quiere dar a los hijos. “Quienes deciden tener hijos prefieren tener menos, pero en mejores condiciones, y los que creen no tener un nivel de vida adecuado para ellos, retrasan su llegada”, dice Cano.

La socióloga de la U. de los Andes también menciona las condiciones laborales que hoy no permiten suficiente conciliación entre vida familiar, personal y laboral. “No es sólo las condiciones de un trabajo en particular, sino una cultura del trabajo que sobrevalora el tiempo destinado a producir y no considera igualmente importante el tiempo destinado a la vida familiar”, dice.

Otra explicación, señala Salinas, es que las personas dejan de tener hijos en respuesta a crisis económicas.

LT16 Parejas

Más casados sin hijos

En el caso de las parejas casadas, el análisis muestra que no sólo aumentaron las que no tienen hijos, sino que, además, disminuyeron las que tienen. En cifras totales, en 1990 había 1.928.944 parejas con hijos, pero en 2015 bajaron a 1.626.867, un 29% menos. Las parejas que conviven y que tienen hijos también disminuyeron en 14%.

Salinas explica que las personas que se casan se han convertido en un grupo con características bien selectivas: lo hacen pasado los 30 años, tienden a tener estudios universitarios y, por ende, una mejor inserción ocupacional y mejor ingreso. “En mujeres con esas características tener muchos hijos se vuelve complejo, porque probablemente tengan un trabajo demandante, expectativas bien altas para el futuro de sus hijos (en educación, por ejemplo) que son difíciles de solventar. Y si además empezaron a tener hijos más tarde en la vida, tienen menos años de carrera reproductiva”, dice.

Florencia Herrera, socióloga y académica de la U. Diego Portales, reconoce que hay una tendencia a una vida sin hijos, pero resalta que Chile sigue siendo pronatalidad. “Sigue existiendo mucha presión social para que las personas tengan hijos y es, incluso, muy fuerte en los hombres. Sigue siendo un valor”, sostiene.

Baja tasa fecundidad

A juicio de Paulina Henoch, investigadora del Programa Social de LyD que realizó el análisis, el país ha estado por debajo del promedio mundial hace tiempo. “Según el Banco Mundial, en 1967 la tasa de fertilidad por mujer en Chile era 4,5 hijos y en el mundo, cinco. Mientras que en 2014, la tasa se redujo a 1,8, ubicándonos bajo el promedio del mundo, que es 2,5”, dice.

Es precisamente esta baja en la Tasa Global de Fecundidad (TGF) la que hoy está invirtiendo la pirámide poblacional, provocando el envejecimiento de la población, agrega Verónica Cano. “En procesos más avanzados de envejecimiento, hay menos personas activas que pueden sostener la vejez de muchos. Esto provoca problemas de pensiones, influye en la producción y crecimiento de los países, entre otros efectos”, alerta la investigadora de la U. de los Andes.

¿Hasta dónde puede bajar? “Esperaría que siga bajando lentamente en los próximos años, porque aún hay bastante espacio para que crezca la participación laboral femenina, que es un determinante importante de la TGF y porque idealmente deberíamos -en algún punto- reducir la tasa de fecundidad adolescente, que hasta ahora más bien contribuye a que la TGF no caiga más”, dice Salinas.

Revertir la situación

Los expertos dicen que una de las fórmulas que podrían revertir el fenómeno es la migración. “Los migrantes vienen de países con tasas de fecundidad más altas que las nuestras. En principio, deberían contribuir al aumento de nuestra fecundidad”, dice Salinas, y ejemplifica con Italia, donde la baja fecundidad se revirtió con la llegada de los migrantes africanos.

Verónica Cano comparte el análisis, pero advierte que algunos estudios muestran que ya la segunda generación migrante tiende a igualar las tasas de natalidad de la población nativa. Para revertir la situación, dice, se tienen que mejorar las condiciones en que los padres están teniendo sus hijos, “cambio cultural que, con voluntad de todos los sectores, podría tener buenos resultados”. Medidas para compatibilizar los tiempos dedicados a la familia y al trabajo (horarios flexibles, jornadas parciales o semipresenciales, teletrabajo) no deben precarizar las condiciones de trabajo. “Que esa mayor flexibilidad no implique menos sueldos, menos competitividad e imposibilidad para ascender”, insiste Cano.

A nivel de políticas públicas, Salinas menciona que Francia ha desarrollado muchas políticas orientadas a aumentar su TGF y “hoy están entre los países que no sólo lograron detenerla, sino revertirla”.

Explica que han aplicado medidas que incluyen beneficios tributarios para las familias con más hijos, subsidios a la vivienda y al transporte público, permisos posnatales prolongados, ayuda con las tareas del hogar para familias con hijos pequeños, además de salud y educación públicas. “Son políticas que reducen los costos de tener hijos y que hacen más atractivo tenerlos, pero hay que considerar que no es una sola política, no es sólo reducir la jornada laboral o sólo aumentar el posnatal, por lo tanto, el costo para el Estado es bastante alto”, señala la socióloga de la UC.

 

Texto redactado por Cecilia Yañez para La Tercera

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