Antes de la pandemia, la salud mental de los jóvenes ya era un tema de preocupación: según un estudio realizado por UNICEF y Gallup en 21 países, una de cada cinco personas entre 15 y 24 años afirmó que a menudo se sentía deprimida o tenía poco interés por hacer planes. A esto se suman los resultados del informe “Estado Mundial de la Infancia 2021”, que ubica el suicidio como la cuarta causa principal de muerte en los adolescentes.

Con esto, cabe preguntarse qué podemos hacer por evitar problemas de salud mental y sus consecuencias en los estudiantes, tanto escolares como universitarios. Tomás Cano, psicólogo del Centro de Salud de la Universidad San Sebastián y académico del Diplomado en Prevención y Abordaje de los Procesos Suicidas en Jóvenes y Adolescentes, advierte que son varios los factores que se han acumulado tras la pandemia de COVID-19, obteniéndose cuadros complejos asociados, entre otras cosas, a la incertidumbre que genera la actual crisis mundial.

Estrés y ansiedad en los jóvenes

Según explica el académico, en pandemia vivimos un contexto de inseguridad, donde muchos debieron hacerse cargo de un familiar enfermo o vivir un duelo; enfrentar problemas económicos y adaptar sus hábitos al encierro, como estudiar a distancia.

Ahora afrontamos una nueva etapa, con más libertades y el regreso a la presencialidad, que no necesariamente relaja el nivel de ansiedad o estrés: readaptarse a la rutina que implica acomodarse nuevamente a las reglas, con clases presenciales donde se exige asistencia y resultados, aumentando la exigencia y por ende, el estrés.

Más aún, los jóvenes perciben un entorno amenazante, que se ve reforzado con las noticias sobre delincuencia, turbulencias a nivel social y político, información del exterior como la guerra Rusia-Ucrania, todas situaciones que generan ansiedad, pues hay una perspectiva incierta de la realidad. “Puede que estemos frente a altos niveles de estrés postraumático y no lo hemos terminado de dimensionar y evaluar”, señala el académico.

El estrés y la ansiedad son reacciones normales frente a exigencias que generan una respuesta de malestar o perturbación, activando una reacción psíquica y fisiológica. “El problema es cuando esa respuesta se mantiene aunque el estímulo haya desaparecido, lo que genera una sensación de temor, un estado de hiperalerta y vigilancia, que afectan distintas áreas del funcionamiento de los jóvenes como el autoconcepto o el sentimiento de autoeficacia”, asegura Cano.

Cuándo pedir -u ofrecer- ayuda

“Pienso que uno de los efectos más tremendos de la pandemia es que hizo que la gente esté más cerrada, ensimismada y que reaparecieran problemáticas de salud mental preexistentes: personas que estaban lidiando con cuadros anímicos, u otras dificultades a nivel emocional o relacional y se mantenían estables dentro de su rutina. Pero ahora se han activado de manera mucho más potente”, dice Cano.

Es más, si existen conflictos relacionados con la pareja, el fracaso académico, situaciones de abuso o violencia -que a veces están ocultas- florecen con fuerza los sentimientos disfóricos. Cuando existen manifestaciones de este tipo, las personas muchas veces tratan de lidiar con ello solas y no recurren a ayuda. Aquí es importante estar atentos a ciertas señales, especialmente en presencia de sentimientos de desesperanza, aislamiento y pérdida del gusto por la vida, que puede conllevar a problemáticas más graves, como procesos suicidas.

“Hay que observar los cambios en el comportamiento; cuando las personas empiezan a aislarse, volverse más irritables, bajar el rendimiento o consumir en exceso alcohol u otras sustancias. También empiezan a perder interés por las cosas que antes les generaban satisfacción, o la motivación por actividades cotidianas. Si empiezan a regalar o vender sus pertenencias es una clara señal de alerta”, dice el psicólogo.

Ante este tipo de situaciones, Cano recomienda tener una mirada empática y no juzgar aquello que están viviendo las personas como algo negativo. “Escucharlas de manera abierta, sin criticar ni culpabilizarlas, sino más bien entenderlo como un momento en el proceso de vida, donde lo mejor que puede tener esa persona es un espacio de escucha, de ayuda y de apoyo

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